ARCHIVO—FÁBRICA
3a
Firma y testamento
Roger Colom
Investigación
2022

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Hace unos días, incluí la siguiente nota en el tomo 22 del Registro:

Hace once años ya que existe la BiPA. Hace poco, me enteré de que Hans-Peter Feldmann no limita el número de ejemplares de sus ediciones y tampoco firma sus obras. Esta ha sido la actitud de la BiPA desde el principio. Conceptualmente, si vivimos en la era de la reproducción mecánica y/o electrónica de la obra de arte, la limitación y la firma quedan como afectaciones auráticas, restos del pasado, algo cursi. [...] La BiPA no tiene firma, tiene un logo, eso ha de ser suficiente.

Ahora bien, eso es algo que escribí pensando en otra cosa, mientras trabajaba en otra cosa más. Copiándolo ahora, me sorprendió que hablo de mí y de mis actitudes en una tercera persona personificada en la BiPA. Digo, “Esta ha sido la actitud de la BiPA desde el principio”, y no, no es así. Esa ha sido mi actitud desde el principio de la BiPA. La BiPA no cobró esa especie de entidad o identidad propia que tiene ahora sino hasta mucho después, cuando ya era demasiado tarde como para disociarla de mi nombre.

Y es que al principio era yo el que estaba ahí metido explorando, averiguando, aprendiendo y haciendo. Ahora, el modus operandi de la BiPA está claro, y yo ya casi que no tengo que pensar. Sí que tengo que estar ahí, haciendo los libros, pero eso es porque no tengo dinero para pagarle a alguien que lo haga. Al principio, la BiPA era mi obra, asociada a mi nombre, ahora podría yo desaparecer y la BiPA podría continuar tranquilamente. Yo ya no hago falta, o por lo menos mi nombre no hace falta.

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Esto no significa que no haya que salir a defender la BiPA con uñas y dientes. Haga lo que haga uno, siempre ha de defender su trabajo con todo lo que tenga. Puede ser un plomero, o la conductora del colectivo que tomé anteayer (ayer no salí), puede ser un comerciante o un médico, no importa: el trabajo hay que defenderlo. Voy a dar un rodeo para explicar esto.
Hace unos meses, Adrián y yo volvíamos en su coche al IF de una casa donde estábamos construyendo uno de esos micro edificios que le suelen encargar. Adrián, defendiendo su trabajo (y el mío como ayudante), había discutido con el arquitecto y veníamos hablando de eso cuando nos metimos en uno de esos embotellamientos de la Avenida Córdoba, típicos de cualquier tarde de semana. Hacía calor y llevábamos las ventanas bajadas. En cierto momento, el taxista que estaba parado a nuestro lado, se empezó a quejar del tráfico en voz alta. Yo, por supuesto, le presté atención y hasta le contesté, lo cual le dio cuerda para seguir: defendió la dictadura, todo tipo de violencias, criticó a las mujeres (que no recuerdo ahora qué tenían que ver ellas con el embotellamiento), y terminó diciendo que en este país ya nadie quiere trabajar. Adrián, hombre dulce y sensible, estaba escandalizado, las palabras del taxista lo hirieron de verdad. Yo estaba cagado de risa.

Para mí, aquel tipo no era un individuo, era un ejemplo más del taxismo, esa ideología que parece universal. Esa especie de fascismo barato que afecta a las personas que se pasan todo el día en el coche y escuchando ciertas emisoras de radio. Creo que el taxismo existe en todas las ciudades y todos los países y todos los planetas. Cuando lleguemos a Marte, descubriremos que los taxistas de ahí tienen exactamente las mismas opiniones, aunque ajustadas a la idiosincrasia local. En una época, en el panel de anuncios del IF, íbamos anotando frases de taxistas. Luego las quitamos para que la gente que nos visita no pensara que eso es lo que nosotros pensamos.

En cualquier caso, una frase típica de taxista es: “En este país ya nadie quiere trabajar”. Y a mí me alucina esta actitud. Yo estoy rodeado de gente de todas las edades y todos los sabores que no para de trabajar. Albañiles, carpinteros, arquitectos, artistas, la gente del kiosco de al lado, gente que escribe, gente que trabaja en las fábricas de por aquí. En hora pico, el transporte público está hasta la bandera de gente que va a trabajar o está volviendo del trabajo. Gente que no para de trabajar y que no para de ver cómo la inflación le devalúa el trabajo día tras día, pero aún así no para. Se podría decir que no le queda otra, pero ¿a quién le queda otra? Además, esa actitud de querer estar siempre de vacaciones es tan baja y tan imbécil, que no hay ni que responderle.

El trabajo es lo que hay, y es lo único que cuenta. Esto incluye el cuidado de personas que no se pueden cuidar a sí mismas, y el de otras personas también. Incluye los hobbies, preparar la fiesta de cumpleaños de un hijo, cocinar para los amigos. Incluye toda actividad que no sea estar tumbado en la playa haciéndose una paja mental. Incluye casi toda actividad humana. Hasta Ifi labura todo el día, labura de gato: rascándose, lamiéndose, mirando si aquel pájaro se va a dejar capturar, pidiendo comida, cagando y meando: y hace mucho que no hay ratones en el IF. Piensen en algo que valga algo, en cualquier actividad por pequeña que sea: es trabajo. Amar el trabajo es amar a la humanidad, y a los bichos y las plantas y el mar. Todo trabaja todo el tiempo. Amar el trabajo es amar la vida y amar el mundo.

Y sí, hay trabajos brutales, penosísimos, que matan a corto o a largo plazo, que matan el espíritu y que matan el cuerpo, y sigue existiendo la esclavitud (que será muy celebrada en el próximo mundial), sigue existiendo la violencia en el trabajo y hay trabajos que son pura violencia. Y hay taxistas, claro. Aún así, lo mantengo: Amar el trabajo es amar la vida.

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Por eso es importante defenderlo. Defender lo que uno hace. Ningún trabajo se defiende solo, por mucho que pensemos que debería ser así. Usted puede escribir la mejor novela del año, pero necesita quien la edite, quien la imprima, diseñe la portada, encuaderne, quien la publique y la comercialice, quien la recomiende, quien escriba sobre ella; y luego tendrá que salir a venderla, en lecturas y conferencias y firmando ejemplares y hablando con gente a la que no conoce de nada pero que lee. Firmar la obra es decir: Aquí estoy yo para defenderla. Y en algunas situaciones, eso puede costarle a uno la vida.

Hans-Peter Feldmann no necesita firmar sus obras porque ya lo hacen otros por él, ya ponen su nombre en el cartelito. Y su reputación hace de barrera, de defensa de cualquier ataque, incluso un ataque físico. Y están las galerías y los museos. Su trabajo está bien defendido. Pero estoy seguro de que no tenía todo ese aparato de defensa de su trabajo cuando empezaba, que lo tuvo que construir. Por eso me parece valiente esa actitud de no firmar nada.
Cuando yo empezaba con la BiPA, no me parecía valiente lo de no firmar, me parecía obligatorio. Sí, siempre he estado ahí para defenderla, para defender todo ese trabajo, y la fragilidad de los libros, y he contestado de manera salvaje a críticas y burlas. That’s par for the course.

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Y aquí viene lo raro. No firmar la obra también es una forma de defender el trabajo. Puede que eso lo hayamos aprendido de los artistas conceptuales de los 70. Ya escribí, hace algunas niusléters, que el trabajo del artista, ahora, no es hacer obras sueltas, no es tener ideas. Su trabajo es crear sistemas, o un sistema, en el que quepan todas las obras y todas las ideas.

Una lista de héroes: Coleridge, Baudelaire, Cavafis, Pessoa, Kafka, Borges, Gertrude Stein; y luego, Schwitters, Broodthaers, y mi amiga me está convenciendo de que debo volver a Duchamp. De todos estos héroes, lo que me interesa es la idea general que cada uno representa. Hoy lo llamaría sistema. Ahora bien, todos esos ya palmaron, y la obra está más o menos terminada, y el sistema cerrado, por mucho que todavía no sepamos bien qué hace cada uno de esos sistemas. Pero lo reconocemos como tal. Los poemas, los cuentos, las obras singulares son menos importantes que el sistema, que es más importante que la suma de sus partes.

Pero ya no somos modernos, somos otra cosa. Y ahora vivimos en una sociedad muy consciente de los sistemas, de la idea de sistema, que lo sistematiza todo, incluso para peor. Y ahora debemos crear sistemas de manera consciente, como elevación de la idea o como crítica de la idea de sistema.

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Yo armé un sistema. Y ahora el sistema es el autor de las obras. La BiPA es la autora de los libros, las placas, los aparatos. Yo, Roger Colom poeta y aprendiz de carpintero, sólo soy parte del sistema. Y si sólo soy una parte, ¿por qué iba a firmar? En la última muestra, aparecía mi nombre en el cartelito, y recuerdo que me pareció que eso estaba mal, que eso era un error del otro sistema, el del arte y su personal y sus espacios de exhibición. Ahí debería de haber aparecido un solo nombre: Biblioteca Popular Ambulante. El título de la obra podría haber sido: “Dos caballetes y una tabla, y encima, 26 libros y un poema/instructivo, y en la pared, una placa: pasen y vean."

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Inventado el sistema, las ideas deben ser adaptadas a él, deben surgir directamente de él, o deben ser descartadas. Como mucho, podemos ponernos foucaultianos y decir que el nombre del artista es el nombre del sistema. En el pasado era así. Ahora hay que dar un paso más. Que el sistema tenga su propio nombre, y que el artista pase a formar parte del sistema, que se subordine a él.

A mucha gente le atrae el comunismo, o cualquier otro totalitarismo, hasta que tienen que vivir ahí, y ven que su individualidad ha de quedar subsumida al sistema. Ahí la cosa ya no tiene tanta gracia. Y menos cuando empiezan a llover hostias.

Pero yo vengo de la poesía, y en la poesía, hasta no hace mucho, siempre hubo reglas, una sistematización: esto es un soneto, esto es un villancico, esto es una sextina. Tal tipo de verso, tal otro. Las limitaciones del sistema servían a las ideas. Hasta que ya no sirvieron y hubo que romperlo todo. Y eso estuvo bien.

Ahora, el sistema no viene impuesto de fuera, sino que uno crea el suyo propio. Es un paso conceptual más. Esto vale para cualquiera de las artes, y hasta para cualquier otra actividad. La persona creativa es la que crea un sistema.

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Luego, claro, toca atenerse a las reglas del sistema que uno creó. Uno es perfectamente libre de crear el sistema que quiera, pero luego tiene que cumplir con lo que uno inventó. Y hay que diferenciar entre lo que uno es y lo que es el sistema. La identidad personal no importa, importa la del sistema que uno haya creado.

En la BiPA, cualquiera puede venir ahora y hacer libros. Sólo tiene que seguir las reglas. Al principio sólo yo podía hacerlos porque las reglas no estaban claras. Aún así, sigo ampliando las posibilidades. Tengo tan interiorizadas las reglas, que no me cuesta gran cosa idear nuevos libros. Todas las ideas que no entran se descartan. Pero cuando palme, o cuando termine, se fijarán las reglas y entonces sí, cualquiera que las siga podrá añadir su libro a la Biblioteca.

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Mi amiga se burla y dice que todo este sistema requerirá quien lo fije y lo archive y lo termine de sistematizar. Yo me defiendo y digo que estoy creando empleos futuros. Tengo que dejar un folleto con las instrucciones para que la BiPA siga funcionando sin mí.

Por eso no tiene sentido que firme los libros individuales. O que ponga límites a cuantos ejemplares de El libro de los verdes encontrados en la calle puede haber, (igual cada uno será distinto). La obra no son los libros tomados uno a uno, no he hecho cientos de obras, he hecho una sola, que es la BiPA, el sistema. Baudelaire hizo un solo libro donde entraban todos los poemas; Pessoa armó todo un círculo literario; Broodthaers hizo un museo, o por lo menos secciones del museo. Esa es la idea.

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Los sistemas del pasado llevaban el nombre del artista. Los del futuro tienen que llevar su propio nombre. Lo ideal sería que continuaran funcionando más allá de la muerte del artista. Si la BiPA sobrevive, si encuentra alguna institución que la proteja cuando yo haya muerto, dudo mucho que le dejen a cualquiera añadir su propio libro. Tengo que dejar instrucciones al respecto. Pero igual, con instrucciones y todo, lo dudo. Porque al mundillo institucional le gustan los sistemas cerrados, los que ya no se pueden cambiar. Les gusta que queden como especímenes muertos, disecados en su Museo Nacional de Historia Natural del Arte y/o de la Literatura.

Eso que llaman fan fiction me parece espectacular porque se salta todas esas reglas institucionales. Avellaneda tendría que haber esperado a que muriera Cervantes para escribir, o al menos publicar, su novela fan. O el libro de Avellaneda debería de ser incluido en el canon del Quijote como algo que quede dentro del sistema, no como una anomalía exterior. Si la gente quiere participar, y Avellaneda claramente quería, hay que dejarla. Los sistemas son para eso.

Y sí, hay que publicar el código fuente. Así, el personal puede sumar y discutir y participar y crear sus propios foros donde pelearse y armar quilombo.

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Me puedo imaginar una institución del futuro que albergue a la BiPA. Podría vender los materiales para hacer libros, el papel, las tapas, los tornillos, los marcadores, el pegamento, todo en un kit. Sólo añada chingaderas encontradas en la calle. Y eso, por supuesto, también se lo vendemos, si quiere.

Podría haber concursos anuales, y los ganadores recibirían como premio la entrada de su libro en la BiPA oficial. Lo ideal sería que los libros entraran sin concurso, pero aquí estamos hablando de una institución, y hay que tener en cuenta la mentalidad institucional (tan pobre, la pobre). Los ganadores también deberían recibir algún dinero. Los premios sin dinero son lo más trucho que hay.

Habría puristas que dirían que eso no es un libro de la BiPA, autoexpertos que se quejaran de cualquier innovación o variación. Eso es casi obligatorio.

Podría haber ferias de esas en las que la gente se disfraza de sus personajes favoritos. (En este caso, habría un montón de gente con barba.) Podrían juntarse e intercambiar libros. Podría haber gente que los coleccionara. Alguien podría tener una colección con libros en todos los idiomas. O de todos los colores. O de todo lo que se les ocurra.

Incluso podría haber BiPAs alternativas, cada quien podría tener la suya. (De hecho, creo que eso ya existe.)

Y, por supuesto, tendría que haber detractores, gente mala onda como yo, gente que pensara que todo esto es una chorrada, que la gente bipera son unos emos y unos jipis o lo que sea que haya que denostar en el futuro. Esos también formarían parte del sistema.

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¿No les parece?